jueves, 16 de mayo de 2013

Velada...

La sumisa se moja solo con la mirada de su Amo, sus piernas tiemblan pensando en si será usada o no y cómo, la intriga la hace temblar, sabe que debe estar quieta para Él, "no te muevas" fue la orden. Ahí se mantiene, de rodillas en el suelo solo con sus bragas y de piernas abiertas, sosteniendo sus brazos detrás de la espalda que está erguida. Con los sentidos alerta a su servicio, a su espera. Mirada expectante a un gesto de Él, memorizando cada movimiento de su Señor, aquél al que tanto adora. Oídos atentos para escuchar cualquier orden que su melódica pero fuerte voz componga. Olfato llenándose de su aroma, reconociéndolo, haciéndola suspirar, le encanta el olor de su Señor. Piel enervada y sensible esperando su tacto o el mas mínimo roce. La boca salivando pensando en saborear a su Dueño y darle el justo oficio para lo que fue creada, causarle placer a Él.

Ella muerde sus labios y respira profundo, intenta calmar sus ansias. Sus pezones erguidos, sus caderas se mueven de una manera casi imperceptible, cada vez está mas empapada y de respiración agitada, muere por ser tocada... no ha estado ni cerca de ser tocada, Él no le ha dicho nada mas que esa orden de que se mantuviera en esa posición, todas estas sensaciones, toda esa excitación que casi no puede contener la ha causado su Señor tan solo con su mirada y la expectativa, ella se desconcierta de que alguien tenga tanto poder sobre su cuerpo como para ponerla así sin el mas mínimo esfuerzo, pero lo disfruta y mucho.


El Amo reconoce cada movimiento de ella, ha pasado mucho tiempo observándola, detallando cada respiración, como ella cierra los ojos y tiembla, Él sabe exactamente lo que ella está sintiendo, sabe que ya está mojada y deseosa. Sonríe, su pequeña puta está disfrutando y lo que le espera. La rodea un par de veces, se detiene en su espalda y ella escucha el inconfundible sonido de su collar que al instante siente en su cuello, ajustándose lo suficiente para que le cueste un poco respirar, al sentir esto se le escapa un jadeo, cierra los ojos y su piel se eriza, Él la mira con atención y vuelve a sonreír.


Se escucha un yesquero, Él enciende una vela y le ordena a ella sostenerla con la palma de su mano derecha, enciende otra y le ordena lo mismo con su otra mano, por último enciende la tercera para guardar su reluciente encendedor en su bolsillo. 




Ella no debe moverse, gota por gota Él hace caer la cera de vela en su muñeca, subiendo por su brazo hasta sus hombros, hace esto de ambos lados, uno a la vez. A la sumisa cada vez le cuesta mas sostener las velas. Así fue decorándola, por su pecho, vientre, muslos, la cera se derramaba caliente y dejando la piel bajo ella roja y muy sensible. Con cada gota que caía ella se excitaba mas, no podía contenerse, gemía, su ropa interior estaba empapada. Se quemaba, cada centímetro de su piel se alteraba por el calor, ella temblaba y se calmaba con cada chorreo. Era solo el principio de una velada llena de dolor, entrega y placer a la luz de las velas.